Hijo de Carlos V, uno de los reyes más exitosos de Francia, y de Juana de Borbón, otra loca total, Carlos VI llegó al poder siendo un niño, en mitad de la Guerra de los 100 años, en el 1380. Su mala gestión provocó una crisis en Francia que duró más de ocho décadas.

Todo comenzó cuando el monarca tenía 25 años. Un buen amigo suyo sufrió un intento de asesinato y eso provocó un ataque de psicosis en el pobre Carlos VI.
En cierta ocasión, mientras viajaba por los bosques con todo su séquito, un leproso les asaltó de entre los arbustos y le gritó al rey que sería traicionado. Carlos, ya muy débil mental, se quedó pensativo. Al poco, un paje dejó caer una espada haciendo gran ruido y el rey, asustado, comenzó a blandir la suya. Mató a un miembro de la comitiva, y luego cayó en un profundo coma.

En otra ocasión olvidó su nombre y que era el rey y cuando la reina, su mujer, se le acercó, huyó aterrorizado.
Recorría los pasillos del palacio por la noche aullando como un lobo. No quería bañarse, por lo que sus sirvientes tenían que romper la ropa que llevaba para poder quitársela. Creía ser de vidrio. Pensaba que su cuerpo era de cristal y permanecía días y días recostado sin permitir que nadie le tocase y sin mover ni un músculo, por miedo a romperse.
Pero sin duda el hecho que más se recuerda es el «Baile de los ardientes».
Se organizó una fiesta. El rey y otros cinco caballeros aparecieron disfrazados con hojas y ramas de cáñamo, atados con cadenas los unos a los otros. Decían ser salvajes. De repente, el disfraz de uno de ellos comenzó a arder. Como todos estaban atados entre sí, idea del rey casi seguro, comenzaron a correr por toda la sala llena de gente. Murieron cuatro de los disfrazados y el monarca se salvó.


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